sábado, 21 de marzo de 2015

Ni prejuicios ni comparaciones ni envidias

Está claro que los prejuicios son malos, pretendes ver una realidad de antemano sin conocer a la persona que estás juzgando en su vida privada, sólo por lo que ves, en un momento dado. Ya desde hace un par de semanas me he tomado la libertad de decirme "si esa madre le da un azote a su hija porque se ha salido disparada hacia la carretera, ¿por qué he de juzgar?". Cada uno sabe lo que tiene en casa, sabe como son sus hijos, se sabe la paciencia que se tiene, y cuántas veces se le ha dicho una cosa y aún así, no aprenden, ni por las buenas ni por malas, y lo peor, ponen su seguridad en peligro. Por eso, me he decidido ni a juzgar ni justificar sus actos. ¿Por qué si mi hijo se tira al suelo en medio del paso de peatones la gente me mira mal a mí? ¿Por qué han de decirme que mi hijo se merecía unos buenos azotes? ¡Me da igual!

Peque cuando tiene una rabieta no escucha, sólo grita y se pone tieso, patalea, araña y golpea. Muchas veces acabo siendo objeto de su ira, otras veces, cosas de su alrededor, y en otras ocasiones, se ha hecho daño a si mismo, cuando trataba de calmarlo. No es fácil, y sólo me cabe pensar que es una etapa.

Que algún día volveré a tener vida propia. Desayuno con él (lo mismo que él), juego con él, veo un ratito la tele con él, como con él, salgo de paseo con él, voy al parque con él, me ducho con él, ceno con él, voy al baño con él, duermo con él,... Ya no veo ni series ni películas, sólo dibujos. No recuerdo que es leer un libro que no sea infantil. Ni ver revistas para mayores. Ni ponerme con la máquina de coser. Ni hacer mis manualidades. Ni salgo de paseo con Papá. Ni con amigas, ni siquiera salgo de compras. Ni de paseo si es muy lejos porque me agota con sus berrinches física y psicológicamente. Pasan las horas y no recuerdo cuando fue la última vez que miré el whatsapp, ni dónde está el móvil o si todavía sigue en vibración. Y esto todo, con un niño que se tira al suelo dónde y cómo quiera y cómo sea.

No quiero compararlo con el hijo de la vecina, ni con la hija de aquella amiga (lejana) porque son carácteres diferentes, son personas diferentes, ambientes diferentes y están siendo criados por personas diferentes. Y no los envidio, claro que no. Porque toda tempestad vuelve a su calma.

Mucha paciencia y a contar hasta tres antes de estallar.

PD: Hoy puedo escribir porque Papá, por fin, ha podido quedarse con él para dormirlo.